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«Una breve reflexión sobre aspectos superfluos del uso de la inteligencia artificial en el aula»: Por Isaac del Valle, profesor responsable del área de Tecnología del Colegio Internacional J.H. Newman.

Hace casi un mes se me solicitó desde el colegio realizar un breve artículo sobre la inteligencia artificial en el aula. Como responsable del área de tecnología del centro, mis compañeros y superiores, desconocedores de mis limitaciones, suelen pensar que estaré absolutamente al día en todas las innovaciones tecnológicas que este rapidísimo mundo puede proporcionar. Me deben imaginar como un ser en constante interacción con complejos programas, inteligencias artificiales o avanzadas interfaces llenas de código. La verdad es que no hay nada más lejos de la realidad. 

Lo primero que pensé al hacer el artículo es el poco conocimiento que poseía sobre el uso de la inteligencia artificial. Mi contacto se resume a un breve curso de una tarde y un par de intentos infructuosos por generar enunciados de problemas de la asignatura de física. Así que lo primero que se me ocurrió es preguntarle a Chat GPT que esbozase un artículo de trescientas palabras sobre las ventajas y las fatuas objeciones a esas poderosas ventajas que se obtienen del uso de la inteligencia artificial en el aula. El resultado fue bastante insatisfactorio, podéis encontrarlo aquí si tenéis la paciencia suficiente para aguantar tamaño aburrimiento.

Espero que no penséis bien de mí. No es que mi objetivo al preguntar a una máquina sobre la IA en el aula fuese hacer un ejercicio de autorreflexión cognitiva, ni que quisiera practicar un astuto tirabuzón estilístico. La verdad, simple y llanamente, es que sentí una intensa pereza ante la tarea. No quería hacer dicha tarea. No me asombraba la posibilidad de escribir este artículo que ahora mismo estoy redactando.

Pensar en que el origen del uso que le estaba dando a la IA era mi propia pereza de pronto me encendió un germen de idea. Seguí un principio fundamental en el aula: asumir que los alumnos se mueven o actúan exactamente igual que nosotros, los adultos. Utilizarán la IA para lo mismo que he querido utilizarla yo  ¿Hay algo de malo en que los alumnos dejen las tareas posiblemente superfluas a la IA? Fijaos en la vanidad: este artículo es superfluo. Así que ellos ya harán los exámenes por sí mismos. Este breve resumen de Tres sombreros de copa se puede dejar a la IA. Este artículo se podría haber resuelto en un minuto y medio. Nadie se hubiera dado cuenta. El mundo seguiría igual. Al mundo le importa un bledo si este artículo lo hago yo o un algoritmo de aprendizaje reforzado.

En educación el producto, el examen, trabajo o exposición son superfluos. El medio, el camino, es el fundamento de la educación. Sucede lo contrario en el mundo real. Lo que consigues o lo que obtienes no suele permanecer, es el poso que ha dejado el camino recorrido hasta el examen o la exposición lo que queda en la persona. En el mundo real el imperativo es el fin. En el mundo real no se calculan sumas a mano, se escribe en ordenador y lo único importante es que el artículo esté hecho. En el aula lo fundamental es que el alumno escriba el artículo para que aprenda al tener que situarse en el mundo a través de la tarea concreta. Debe pasar a través de ella y es en el paso donde se produce el aprendizaje. Una vez terminado el examen, puesta la nota, este se puede quemar. A lo sumo esperamos que el alumno haya asimilado el contenido. Deseamos con fe infinita que además haya ejercitado su paciencia, reforzado su estima, interiorizado cierta capacidad de superación y disfrutado mínimamente del proceso.

Esto me llevó a un asunto muy viejo en educación. Un alumno cualquiera se aburre en el aula y pregunta al profesor: ¿por qué aprendemos a sumar si de mayor sumaré con la calculadora? El profesor le responde con cierta pasión infértil que lo importante es primero, adquirir la capacidad de hacerlo por ti mismo, porque ese conocimiento formará parte de ti y te acompañará en el futuro. Segundo, porque el mundo no debe infiltrarse en el aula así como así. Esas finalidades mundanas, la calculadora que abarata costes y facilita el cálculo, no pueden entrar en el mundo educativo excepto en su momento. Es decir, cuando deja de ser un reto para el alumno hacer sumas a mano se le permite usar la calculadora. Esto es fundamental: solo se le debería dejar a un alumno usar una herramienta meramente mamporrera cuando el procedimiento humano quede ya por debajo de sus capacidades. Solo se aumenta el peso añadido a la mancuerna cuando este deja de suponer un esfuerzo al músculo. 

Ahora estoy terminando este artículo. Pienso que me podría haber ahorrado casi una hora de mi vida. También pienso en mis propias contradicciones. En lo poco que me gusta la idea de usar Chat GPT en el aula pero de lo mucho que me gusta que mis alumnos analicen las regresiones lineales que hace el Excel en un pispás. No piensen que lo tengo todo claro. Seguramente acabe usando la IA en el aula. Me imagino pidiéndoles que le pregunten a una IA cómo se realizaría un programa en Python 3 que dé la hipotenusa conocidos los catetos de un triángulo. Después de este pensamiento se me ocurre preguntar a Chat GPT. Lo hace a la perfección. Ahora tendré que pensar cómo rebuscaré el enunciado para que tengan que darse cuenta de algún error que comete la IA. Competencia crítica y de aprender a aprender lo llaman. Un mundo basto se inicia ante mí. Me da algo de pereza. Esta pereza pasará y volverá. Me repito a mí mismo: al final la usaré. España aparta de mí este cáliz, decía César Vallejo. 

No tengo una conclusión clara excepto la que me da mi mediana experiencia como profesor. El aula debe ser siempre un simulacro. No debe regirse por finalidades ni tan siquiera de contenidos. Aquí no vale el para qué sirve y el por qué no lo hacemos más fácil. El aula y el juego se parecen mucho: porque simulan un mundo ficticio con unas reglas distintas que no son las de la realidad. En el proceso del juego y del aula aprendemos porque nos obligan a estar presentes ante situaciones previsibles y protegidos con reglas previsibles. No usemos herramientas que el alumno no esté preparado para asumir. Usémoslas cuando la alternativa manual es insignificante ante sus capacidades. Impidamos que el alumno esquive su presencia en el aprendizaje. Evitemos esta pereza infinita que a veces nos embarga a todos. Yo la he conseguido esquivar. He hecho este artículo de forma autónoma. He dado respuesta a ciertas cuestiones que antes no había abordado. He aprendido algo. No es mucho, pero algo queda.

Isaac del Valle Mogarra

Responsable del área de Tecnología del Colegio Internacional J.H. Newman